(Este relato la parte de lo de los recuerdos al tocar las alas, son de la escritora Becca fitzpatrick de la saga Hush hush.)
-Ven.-Me dijo él cogiendo con cuidado mi mano.
-¿A dónde vamos?
-A un sitio mágico.
Guiada por la curiosidad le seguí. Me fijé en sus lunares de su espalda desnuda. Mi cuerpo ansiaba recorrer los lunares uniéndolos con mis dedos. Sus alas negras inexistentes, dejando tras si una herida irreemplazable. Se detuvo de golpe.
-Aquí estamos.
-¿Dónde esta lo mágico?
-Ya lo veras. Paciencias, saltamontes. -Me dijo con una voz grave. -¿Confías en mi?
-No lo se. -Mi respuesta pareció molestarle, e hizo una mueca. -Solo te conozco de dos días, no debería ni haber venido.
-¿Eso es lo que crees?
-No. -Las palabras salieron de mi boca antes de ser consciente de la respuesta negativa.
-Eres un poco rara. -Me dijo con una sonrisa torcida. Su pelo plateado le caía como una cascada. Como los típicos peinados de cacerola, que a cualquier niño le hubiese quedado mal. Pero en él resultaba especial, atractivo.
-Me lo suelen decir. -Dije yo.
Me cogió la mano y la guió a sus heridas.
-No puedo hacerlo.
-Hazlo, Noa.
Guié mi mano hasta sus heridas.
Llegue a el momento el cual nos conocimos. Su mirada parecía hielo. Apostaría que si las miradas matasen yo estaría echa polvo. Sentí que las palabras escapaban de mi boca sin ser consciente de ello. Ahora era una mera espectadora.
-¿Cómo te llamas? -Le dije.
-Andrés. -Dijo sin apenas mirarme, y con un acento particular que sonaba especialmente bien.
-Yo soy Noa.
-Lo sé. -dijo bajo mi sorpresa.
Al momento yo ya no estaba allí. Ahora me encontraba en una mansión pero nadie me veía. Andrés llego dando un portazo e inclino su cabeza al llegar a la vista del gran ángel que se encontraba como un dios omnipotente. Sus alas eran grandisimas, y sus ojos reflejaban miedo.
-No puedo hacerlo. No puedo matarla.
<<Matarla, matarla, matarla>> ¿A quién?
-¿Por qué?
-No voy a matarla. -Dijo tras un silencio incomodo.
-Si. Lo vas a hacer.
-¿No estarás enamorado de aquella muchacha, no?
-No. -dijo con impaciencia.
-¿Cómo se llamaba? ¿Noa? -Dijo con repugnancia.
-No pronuncies su nombre. -Dijo él conteniendo la rabia.
-Noa. -Dijo retándole.
Andrés voló hacía él con una rabia contenida.
-¡APRESADLE! -Gritó el ángel.
-Noooooooo. -Grité yo.
Nadie me hacía caso. Y Andrés fue retenido. Le pusieron de rodillas ante el ángel, él ya no peleaba. Entonces el ángel bajo, saco una espada afilada y solo pude escuchar el grito de desesperación de Andrés.
De pronto volvía a estar con él. <<No puede ser, no>>
-¿Por qué?
-Te quiero. -Me dijo despacio.
-Apenas hemos intercambiado dos frases.
-Te llevo siguiendo durante meses.
<<Meses. Te llevo siguiendo durante meses>> La voz se repetía en mi cabeza. <<Te quiero>>
-Lo siento.
-¿Por qué?
-Por tus alas. Eran hermosas.
Él pareció darse cuenta de que ya no las tenía porque su mirada ahora dolida miraba su espalda, donde yacían las heridas.
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